Apoyaba la palma empujándolo. Dejando paso a la sutileza para que él la sienta, su presencia frente al otro cuerpo. La contenía. Su palma la sostenía y afirmaba en los pasos mientras el otro brazo la envolvía dejándose guiar por las maniobras que ocurrieran en la creatividad de ese chico alto y de torso amplio, tan ricamente amplio para poder lograr que lo mirara y se dejase sostener. Los autos pasaban a metros, el ruido de la calle. La casa amplia y todo el espacio por ocupar. Los pasos iban y venían, entre ellos, los pies frenaban deteniendo el aire en las suelas. Se afirmaba, se ponía rígido y ella le entreveía el roce, su empeine le rozaba las piernas fornidas como diciéndole que si lo tocará desnudo sería así: suave, notorio y erizante. Aspiraban sus perfumes, nombrándola esencia, con la que estaban conversando sin hacer uso de las palabras. Se miraban, sonreían en los errores y volvían a comenzar. Frenaban cuando todo se enredaba, él agrandaba su pecho y la sostenía desde ese centro tan cómodo, atrayendola. Si tuviera mas ojos el cuerpo humano, entre ellos se los encontraría en las miradas dulces de sus pechos. Él le prometía deseo y ella le juraba creación.