4.11.2013

Que bien se sentía saboreandole los labios, sacándole jugo a ese muchacho una noche que no decía mas que  lo que las estrellas proponen. Que aficionada a la lengua de varón, a las manos grandes y a las espaldas triangulares  Esa manera de posarse en los ojos, en las miradas de los transportes. Se sentía bien besando las bocas ajenas bien sabidas propias por aquellas noches donde se cambiaba el nombre, donde se vestía y desvestía a los brillos y a las ocasiones. Él gozaba de los lunares prófugos entre sus ropas,  tentaba a la piel a ponerse de gallina, el giro de los poros hacia afuera le divertían. Besaba con las humedades de sus labios, lo seco de la pieles, morochas en las noches, blancas en las luces. Sabía dejar ser sus manos entre los pelos, de rulos, de lacios, de ondas. Y a cada una, le besaba las pestañas, en alguna oportunidad de sus descontroles corporales. Bien les sabia los huecos y espacios. Las formas y los contenidos, que sabían leer y ver en aquellos cuerpos oportunos, de alguna noche, de alguna vez.