Una lenta marea se llenaba de sal, despacio, cuando sus manos despeinaban y volvían a peinar la nuca de aquel morocho de rasgos marcados y significativos. Así mismo, las manos de él copiando las ondas de las caderas de una mujer en potencia. Que fiel copia. Desparramados los pesos corporales en un mismo suelo que les dio de bailar tangos y sambas donde se precipitaba el encuentro en las miradas. Corrieron a la cama, y debajo uno del otro, en los brazos del mero calor se encontraron bailando una danza nueva. Ella se escondía por debajo de su hombro para desaparecer en el placer, y el solo la tomaba como una marea a la cual acompañar. La dejo besarle los huecos de su piel, la incito a tomar las riendas con su mano, la dejo ser en su encuentro. Luego de llevarla de viaje sin entender el tiempo, en ese recorrido que solo termina con un suspiro entrecortado, la sostuvo entre sus brazos, la dejo en su mundo de placer mientras abrazaba su piel. Ella de a poco lentamente volvió, abrió los ojos y vio las carnes sabrosamente rojas de su cara y sonrío por que ahí había empezado el deseo con su camino y había llegado plácidamente feliz. Él entendió en su sonrisa el agradecimiento donde no pudo contenerse también sonreír, y espontáneamente el abrazo fue de de un grato fin de encuentro.