7.22.2013
Subimos las escaleras de estrecho ancho. Caminamos hacia la habitación donde sucedían las fiestas. Miraste por arriba de mis pupilas, ese fue el comienzo. Dejamos saciarnos toda la tarde por el roce y nada mas que el viento que fluye entre tu cercanía y la mía. Meciste las aguas de mi centro con tu barco de movimientos. El viento te ayuda, mas mi viento revuelto por los varones te soplo los ojos, te los cerro y al abrirlos sentiste que mi boca te pertenecía, por eso no dudaste en el momento de nombrarme a mis labios que aquel escritor como vos desean las bocas de las mujeres, rojas y jugosas. Tus ojos me señalaron y detuvimos el tiempo en el instante en que se lo concedimos a las miradas. Así se congelaron los de alrededor, te acercaste a mi cuello y me lo confesaste. Querías sandías en tu boca, como la literatura que soles leer.