La oportunidad de acariciarte la belleza. Esa madrugada, la habilidad para abrazarte en la justa medida que tanto tus abrazos como los míos precisaban. Y no eramos ni de la casualidad, ni del azar, menos de historias de amor, ni promesas. Eramos el preciso encuentro de dos minutos en un reloj. Dos minutos en el tiempo, que vuelan siendo. Así eramos entre nuestros abrazos, a la hora exacta de quedarme dormida sobre tu pecho.