Tu mano es liviana y dulce como un sobre de azúcar empapado dentro de la mochila de una nadadora. Guardadora de secretos que no oculta, la que emerge de las olas a la luz. Liviana tu piel sobre mis caricias. Lleno de miel tenes los besos y la ternura. De que explicaciones me hago cargo, si tus pasos son los que dictan la torpeza encarnada en timidez. Te descubro los velos, de eso se trata. Te se las vergüenzas como si fuera un espejo. El instante previo a tu cara de nada, pasmada contra el horizonte. Las manos tiesas y nerviosas que me abrazan y que me charlan sus nervios para no sentirse desnudas ante la gente. Las intimidades mas intimas. Los quiebres, las maravillosas lineas zigzagueantes de tus desnudos públicos, tajantes como la tierra seca se ve tu rostro cuando te volves cristal, del mismo del que estoy echa. Te se las miradas mas tiernas que tus pestañas emanan. Las que me pierdo cuando jugas con niñxs. Las miradas cómplices que le darás a los viejitos. Ya esta, ahí estas vos parado en una esquina con la levedad del ser que te soplan algunos días. Esperas un semáforo verde, y antes de cruzar un viejito te mira desde la otra esquina. Ahí estas vos, le devolves la mirada cómplice de sentir, el viejito hace una pequeña mueca con la boca a punto de sonreír. Siguen ambos por la vida, descubriendo pasos. Y acá también estas, en las vibraciones desesperadas de tu voz al no saberte las calles, olvidándote del amor que me tenías, contestaciones poco gratas y mi silencio entendedor. Espera, te estoy imaginando en cada recoveco de tu ser. Estas acostado te da el sol, me miras con los ojos verdes gratos de dirigirse hacia mi. Me abrís tu brazo esperando acostarme en tu liviandad de la tarde, me abrazas fuerte sin recurrir a demasiada contracción de músculos, la fuerza radica en el amor de esa tarde y ya. Tus rulos desordenados como tus ideas, que se mezclan en alguno no que vaya a saber una como pararon ahí, en tu carne dispuesta a crear mejoras, a sentirse de mil maneras a gusto. Tenes la suerte de saberte, te miras hacia dentro y estas en casa. Así se duerme mi amor todas las noches, hasta las mas desconcertadas bajo tus brazos. Engullida de ternura por tus errores deliciosos, y por tu soltura al amar.
8.20.2013
Sabés. Me enternecen tus miradas, sabias consejeras. Y es ese el instante en donde tus brazos construyen una chocita donde agazaparme y pasar unas horas, con suerte una noche desnudos, las pieles se convierten en un solo calor. Donde se me figuran playas en los vientos, y olores a lluvia que no me toca porque estoy dentro de un techito construido con ramitas de tus pelos, que se encrespan y se despeinan con tus incomprensiones, con tus lentitudes. Bellos saben construir casitas de ramitas rusticas. Es tu pecho la estufa que se necesita y tus mates en mis manos el mundo. Ya. Quedamos los dos bajo el sol buscando sin saberlo las sonrisas y el que ellas existan son el grato paso de los pájaros, que vuelan todos los días sobre nuestras casas y cabezas, bailandonos los soles y las tempestades. Pasan ellos como los días, que nos envuelven en sin saberes sabrosos. Bailandonos un cuento de amor simple. Como es eso. Simple, tu boca sobre mis ojos. Lo calentito que puede ser un despertar, lo sabio que puede ser escuchar.
8.03.2013
Apoyaba la palma empujándolo. Dejando paso a la sutileza para que él la sienta, su presencia frente al otro cuerpo. La contenía. Su palma la sostenía y afirmaba en los pasos mientras el otro brazo la envolvía dejándose guiar por las maniobras que ocurrieran en la creatividad de ese chico alto y de torso amplio, tan ricamente amplio para poder lograr que lo mirara y se dejase sostener. Los autos pasaban a metros, el ruido de la calle. La casa amplia y todo el espacio por ocupar. Los pasos iban y venían, entre ellos, los pies frenaban deteniendo el aire en las suelas. Se afirmaba, se ponía rígido y ella le entreveía el roce, su empeine le rozaba las piernas fornidas como diciéndole que si lo tocará desnudo sería así: suave, notorio y erizante. Aspiraban sus perfumes, nombrándola esencia, con la que estaban conversando sin hacer uso de las palabras. Se miraban, sonreían en los errores y volvían a comenzar. Frenaban cuando todo se enredaba, él agrandaba su pecho y la sostenía desde ese centro tan cómodo, atrayendola. Si tuviera mas ojos el cuerpo humano, entre ellos se los encontraría en las miradas dulces de sus pechos. Él le prometía deseo y ella le juraba creación.
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