9.16.2012
Sobre el pasto de un jardin verde, con tintes del sol amarillo. Una brisa sopla las hormigas de la tierra y se entra por una ventana entreabierta. Asoma por los bordes, por las maderas que se abren y cierran, pero cuando llueve se hincha y el calor las retoma a su tamaño. Sopla el viento como sopla el piano de la habitación. Unos dedos que hacen brotar música, tocando finamente, entrelazando los moviemientos de dos manos. Tocan las teclas negras, las blancas y dibujan un baile, los dedos danzando. Ella sentada sobre él, abrazandolo con todo lo que tiene, unos pelos que le acarician la cara, unos brazos que le sonríen la espalda, la abrigan bañandola de besos de su boca. Las piernas sostienen la cadera pegada a la de él. Y el pecho.. se posa suave con firmeza sobre el calor del pecho del pianista. Su lenguaje no es solo el musical, el artistico, el castellano. Cuentan sus pechos sobre todo lo sentido en ese momento como un exquisito placer, de contarse las cosas que no se ven. Suenan sus dichas sobre todo galope de corazón, respiración profunda. Por sobre eso, las dichas se expresan traspasandose, yendo y viniendo entre sus pechos. Él pasa sobre sus tendones, musculatura, la electricidad de la alegría hacia el teclado, como un cable de electrcidad, conecta el amor a la música. Las teclas no suenan igual, ni los dedos bailan, el acto maravilloso de unidad entre dos cuerpos, entre dos almas, manifiesta el sonido de armonía de una canción, unos minutos de traspaso a hacerse canción. Ellos dos queriendose. Besandose los recovecos que no se ven, mirando con ojos de adentro las los claroscuros de esa brisa y el sol. El verde del patio, los pájaros de los arboles. Repitiendose te amo con las pestañas, con las caricias de los pies, con los labios que se ponen intimamente rojos. Ellos dos, se sienten en un recorrido de los días, se sienten como si jugaran desde pequeños. Aman los pechos suavemente firmes.